Jorge
Roberto Marquez Meruvia[1]
Volver
a escribir después de un largo periodo, trae consigo retos. Posiblemente sea
egoísta, o la realidad en la que vivimos sea prosaica y previsible. Sin
embargo, no puedo darme el lujo de ser un pensador ágrafo, ese sitial es
ocupado por el maestro Sócrates y por más esfuerzos que haga nunca podré dar la
talla para compararme con él. La voluntad, según Kant, nos obliga a tomar
acciones y en estos días por esas influencias externas me volví a reconciliar
con la solitaria y olvidada república de las letras. Sé que el volver a
escribir tiene una carga de egolatría, pero en este caso en particular, también
la influencia de tres amigos amantes de las letras y un maestro. Debo este
modesto esfuerzo a: Enrique Fernández García, Brian Camacho Sequeiros, Jaime
Alejandro Guerra Gutiérrez y al maestro Jorge Luis Borges.
El
mes de junio tiene dos fechas importantes: el 6 de junio de 1944, cuando los
Aliados desembarcaron en Normandía y el 15 de junio de 1215 (hace ya 800 años)
nacía la “Magna Carta” (conocida también como la Gran Carta Estatutaria). Es esta
última la que inspira estos párrafos. En 1215, Juan I (también conocido como
Juan sin Tierra) uno de los reyes más crueles de la historia británica. Juan I,
hacia lo que le daba la gana, algo muy parecido al accionar de la “Compañía” de
la “Lotería de Babilonia”. Imaginemos por un instante: “…un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento
se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles.
De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre
del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el
encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará
infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla...”[2].
En el caso de Juan I sus más bajos deseos y
delirios deberían ser obedecidos sin ninguna duda por los nobles que integraban
su corte y los siervos. Juan sin Tierra amaba financiar guerras en el exterior
para enaltecer su ego, era dueño y señor de los hombres. Sus deseos terminaron
en cobros elevados de impuestos y en el asesinato, persecución y
encarcelamiento de todo aquel que no acatara sus órdenes. Al ser su Majestad un
hombre que había conocido por mucho tiempo la dicha, le toco al igual que el
resto de los hombres conocer la desdicha, la amargura y la tristeza. En 1215 un
grupo de aristócratas cansados de sus abusos tomaron Londres y lo obligaron a
firmar la Magna Carta. Dicho documento cuenta con 63 cláusulas, que actualmente
en su mayoría han sido derogadas. Sin embargo la cláusula 39 es una de las más
importantes… “Ningún hombre libre podrá
ser detenido o encarcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto
fuera de la ley ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni
usaremos la fuerza contra él ni enviaremos a otros a que lo hagan, sino en
virtud de sentencia judicial de sus pares y con arreglo a la ley del reino. A
nadie se le venderá, negará o retrasará su derecho a la justicia.” Obviamente debemos mencionar que en ese
tiempo los “hombres libres” eran pocos (la aristocracia) y el grueso de la
población eran siervos. También es necesario mencionar que la Magna Carta se
encuentra redactada en latín, la nobleza de ese tiempo hablaba francés y los
que eran parte del estado llano se comunicaban en inglés.
Actualmente la Magna Carta es el fundamento de las
libertades del individuo contra el poder de la arbitraria autoridad déspota. Es
la base de las democracias modernas y constituye parte del gran legado cultural
de Europa Occidental. Lamentablemente, en América Latina y en grandes partes
del Tercer Mundo, las libertades que emanan de la cláusula 39 son de beneficio
de pocos, de aquellos que hablan en nombre del pueblo. Como nos explica
sabiamente Borges… “Bajo el influjo
bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar […] La Compañía,
con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son
secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no
difieren de la que prodigan los impostores”[3].
[1] Politólogo
[2] Jorge Luis Borges, Ficciones:
La Lotería de Babilonia
[3] Jorge Luis Borges, Ficciones:
La Lotería de Babilonia