Jorge Roberto Marquez Meruvia[1]
Cuando vemos como es utilizada la democracia en América
Latina y en gran parte del Tercer Mundo, tristemente nos damos cuenta que su
uso es instrumental, resultando ser la excusa usual de dos o más grupos de
poder por alcanzarlo. El caso del Departamento del Beni es casi paradigmático,
ya que pone de manifiesto los eternos males del Estado boliviano, de los cuales
podemos mencionar: el autoritarismo, la para-institucionalidad, la informalidad
y el caudillismo. Los cuales están y marcan su presencia no solamente en este
departamento, sino también en todo el territorio boliviano. Tristemente los
bolivianos, al igual que amplios sectores del ancho mundo que se desenvuelven
en una sociedad de masas cada vez más consumista y poco crítica no logran ver
claramente sus perniciosas costumbres, es más, las toman como valederas y las
van repitiendo cada vez que pueden. “Tan indispensables como la vivienda y la
alimentación resultan ser la familiaridad con los lazos primarios (como el
lenguaje y las herencias histórico-culturales compartidas desde la niñez), la
pertenencia a un grupo identificable y distinto de los demás y la comunicación
espontánea con parientes y amigos. Sólo una comunidad primaria puede brindar la
seguridad emocional y el reconocimiento primordial – exento del principio de
rendimiento y desempeño – que pueden evitar las formas consuetudinarias de
enajenación, soledad, desarraigo y autodesprecio individuales”[2].
El caso del Departamento del
Beni, es la más clara muestra del maniqueísmo político-ideológico boliviano, el
cual podemos explicarlo de la siguiente manera: la estrategia política más
conveniente nada tiene que ver con impulsar de buena voluntad una programática
propia, clara y distinta, sino tratar de suprimir o debilitar al contrario – el
contrario en la gran mayoría de los casos, resulta ser aquél que no puede jamás
escuchar la “verdadera voluntad del pueblo” – siendo de esta manera un gran
triunfo en la consecución de los fines propios. El oficialismo como la
oposición boliviana tienden a jugar en un escenario macabro donde ambos de
manera autoritaria y acrítica toman como grandes verdades las emocionales
elocuciones de sus líderes, pobre de aquel que trate de implantar una idea
innovadora o disienta de la sapiencia y amor del respectivo caudillo cabeza del
partido político al cual representa, ya que será condenado al ostracismo y ya
no formara parte de ese democrático cuerpo de ungidos por la providencia para
cambiar el país.
La victoria del Movimiento al
Socialismo refleja dos aspectos importantes: el primero es que el partido
oficialista tiene la hegemonía de seis de las nueve regiones del país.
Posiblemente la victoria en el Beni se encuentre deslucida por el nefasto e
“imparcial” trabajo realizado por el Tribunal Electoral Departamental del Beni
y del Tribunal Supremo Electoral – debemos recordar que estos extraños manejos
de parte de esta institución vienen desde su fundación en la década de los 50
del Siglo XX e incluso incidentes parecidos se pueden encontrar en los 80’s
conocido popularmente como “la banda de los cuatro”[3] –
por alguna razón este tipo de comportamiento institucional se encuentra
formando parte del accionar normal de esta augusta institución. El segundo
punto que marca la segunda vuelta electoral es lo habituados que estamos tanto
en el Beni como en gran parte de la región a que los caudillos sean aquellos
que nos liberen de los males que nos aquejan – no olvidemos que la oposición
cometió un pequeño desliz el cual le costó la perdida de la personería jurídica
en este departamento – y que lamentablemente los actores opositores no lograron
llegar a las fibras más sensibles de los benianos ya que sus caudillos más
fuertes para ese propósito salieron del escenario electoral por errores
propios. Sencillamente y como es muy usual en gran parte de la historia
boliviana debemos esperar a que el Departamento del Beni progrese con sus
nuevas autoridades, o simplemente sea (como lo ha sido desde que tengo memoria)
para Bolivia su hermoso futuro.