domingo, 27 de noviembre de 2016

Castrismo




Jorge Roberto Marquez Meruvia[*]

Para gran parte de los latinoamericanos la muerte de Fidel Castro representa la romántica muerte del héroe que luchó todos los días de su existencia contra el imperio del mal. Obviamente, debemos mencionar que esa imagen del “mártir del pueblo” es obra de la propaganda gubernamental del régimen autoritario cubano. En más de 57 años en el poder jamás dio paso a elecciones libres y no existió ningún medio de comunicación independiente.

El dictador de la isla acuño junto con sus más fanáticos seguidores el término “castrismo”. Tal término no es posible identificar un conjunto de proposiciones ideológicas y teóricas que tengan la capacidad de constituir un cuerpo orgánico que pueda referir específicamente a Fidel Castro. Los aspectos más relevantes de la personalidad y de la obra del dictador cubano no deben buscarse, como es sabido, en su “doctrina” y producción teórica, que es escasa.

Desde el punto de vista de la teoría marxista-leninista y revolucionaria, lo que caracteriza el pensamiento del dictador Castro es su evolución progresiva y constante desde las primeras posiciones democrático-radicales hasta un marxismo-leninismo cuyas peculiaridades continúan, por lo menos hasta la vuelta de los primeros años setenta: pragmatismo, empírica y eclecticismo (tanto que se han identificado, de vez en cuando, elementos de populismo, caudillismo, jacobinismo, etcétera).

Según Debray el castrismo es “una acción revolucionaria empírica y consecuente que se encontró con el marxismo durante su camino”, en otras palabras, el castrismo es la base del socialismo cubano. Socialismo que por cierto tiene aún la gran capacidad de repartir la pobreza y miseria a todos sus habitantes por igual, con algunas excepciones como ser: los altos cargos del Partido Comunista de Cuba, los cuales al igual que el finado dictador gozan de lujos que la gran parte de la población sueña y arriesga la vida huyendo en balsas hacia el malvado imperio por un poco de comodidades y un gran sueño de libertad.

Es conveniente, recordar que la revolución cubana se consolida precisamente en los años en que entran en crisis profunda la concepción del estado-guía y las relaciones tradicionales entre los partidos comunistas (la ruptura definitiva entre China y la Unión Soviética, por ejemplo, corresponde a 1963) y, hablando más en general, dentro de la propia izquierda.

El socialismo en Cuba apunta, por lo menos en la primera fase, la propiamente castrista, al desarrollo de la agricultura más bien que al de la industria, como sucedió en cambio tanto en Rusia como en China, y en los demás países socialistas industrialmente atrasados. Esta elección resulta tanto más novedosa respecto de los modelos pasados, sobre todo si se toma en cuenta que la dominación colonial e imperialista había obligado de una manera rígida a la isla a una economía agrícola de monocultivo (caña de azúcar); precisamente por esto, el primer objetivo debió haber sido, con mayor razón, la autosuficiencia económica, cuyo presupuesto era precisamente la industrialización.

El castrismo como modelo fue un fracaso rotundo. Fracaso que el mismo dictador aceptará en un largo y delirante discurso. Es sabido que después de proclamar su fracaso su corte revolucionaria saliera a los medios estatales e internacionales explicando que jamás dijo eso y que al dictador se lo malinterpreta; por otra parte, si algo positivo salió del castrismo fue Little Havana en Miami, donde miles y miles de exiliados de su nefasto régimen sueñan con ver a Cuba libre.

La pequeña Habana es el más claro ejemplo que la libertad jamás se da por vencida y que ni el miedo, ni el terror frenan esa lucha del ser humano por ser libre frente a la tiranía.

El sueño del dictador era ser absuelto por la historia; sin embargo, sus crímenes, su crueldad, sus ansias de poder, su amor por el protagonismo y los aplausos de su oprimido pueblo son un recuerdo permanente de que él jamás será absuelto.




[*] Politólogo 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Apuntes sobre la utopía




Jorge Roberto Marquez Meruvia[*]

Sir Thomas More (conocido también como Tomás Moro), fue un abogado, escritor, político y humanista inglés. Originario de Londres, nació el 7 de febrero de 1478 y murió decapitado el 6 de julio de 1535, tras ser condenado a cadena perpetua, por su enemistad con el rey Enrique VIII. A raíz de que no quiso prestar el juramento antipapista en 1534, siendo encerrado en la torre de Londres, donde pasó un año.

A Moro le practicaron un juicio sumario, siendo condenado a muerte por el delito de alta traición.

Su enorme e incansable curiosidad lo llevó a trabajar en distintas áreas. Pudo destacar en poesía, como pensador, fue traductor y escritor, canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles e incluso abogado.

Utopía se publicó en latín en el año1516 y ha hecho de Tomás Moro uno de los pensadores humanistas más eminentes del periodo del renacimiento. El catolicismo de su autor es indudable, pero, no aparece explícitamente en el texto. De ahí, que Utopía pueda ser leído en diversas claves de interpretación que van desde: religiosas, filosóficas, políticas, etc.

Utopía es una profunda parábola que pretende convertirse en un hacer auténtico. Por algo ese término, “utopía”, fue inventado por Moro, que parece claro que intentaba hacer ver los males sociales y políticos de su época: inflación, corrupción, malos tratos a los pobres, guerras sin ningún tipo de finalidad, ostentación de la corte, abuso del poder y todo aquello que podamos imaginar que son capaces de hacer los hombres con un poco de poder.

Moro describe un mundo ideal, localizado en una isla con una sociedad organizada racionalmente. Utopía es una comunidad que establece la propiedad común de los bienes, el trabajo compartido, los espacios dedicados a la lectura y el arte, la búsqueda de la igualdad disolviendo las diferencias sociales y atisbando elementos democráticos.

No todos los escritores sobre utopías son utópicos. Para serlo es necesario que tengan fe en su imaginación política, es decir, que tengan la capacidad de creer que el mejor de los mundos no es solamente pensable, sino también posible e incluso inevitable, porque la misma fuerza de las cosas nos lleva hacia él. Los sueños y esperanzas suelen ser el motor que mueve a los revolucionarios hacia los sueños utópicos.

 El pensamiento utópico y el diseño de utopías no han sido una mera divagación o una cuestión marginal a lo largo de la historia del pensamiento de occidente. Son numerosas las teorías utópicas y también los intentos de aplicación práctica de las mismas. Podemos nombrar por ejemplo la sociedad ideal de la República de Platón hasta las corrientes altermundistas que tenemos la capacidad de observar en nuestra sociedad, pasando por el buen salvaje de Jean Jacques Rousseau, el mayo francés de 1968 y sin dejar de lado propuestas radicales que, en sus orígenes también fueron utopías como el estalinismo o el nazismo.

En Bolivia podemos mencionar a dos intentos de utopías. La primera, la liderada por Andrés Ibáñez y su liderazgo en el Partido Igualitario. Ibáñez en un acto casi teatral se puso la chaqueta de artesano y dijo ser uno de ellos, de esa manera se hizo con el apoyo masivo de artesanos y diversos gremios de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Obviamente, estás acciones fueron repudiadas por las élites identificándolo como comunista con el sueño de recrear en la capital oriental la Comuna de París; la segunda, es la creación de Fausto Reinaga, la ciudad ideal de Sacambamba es el lugar donde la cosmovisión de los pueblos de los andes conviven con instrumentos de última tecnología, lugar donde convive los usos y costumbres precolombinos con los aparatos de la modernidad.

La utopía esa fuerza que mueve a los hombres a los sueños más sublimes y los aleja de la cruenta realidad.  




[*] Politólogo 

lunes, 7 de noviembre de 2016

¿Cuál es la labor del Colegio Electoral?




Jorge Roberto Marquez Meruvia[*]

El 8 de noviembre de 2016 los ciudadanos de Estados Unidos de América irán a las urnas para elegir al próximo presidente. Los dos partidos más grandes de EE. UU., posiblemente tengan la contienda más fuerte en muchos años peleando voto por voto. Empero, las elecciones que viviremos en las próximas horas tienen tintes particulares.

Los partidos políticos más grandes de Norteamérica son el Partido Demócrata (Democratic Party) y el Partido Republicano (Republican Party). Ambos partidos tienen ciertas características. Son partidos de comité y son máquinas electorales. Los comités que conforman estos partidos representan a la élite norteamericana y los candidatos que van a asumir la oportunidad de ser parte de la papeleta electoral deben ganar las encarnizadas elecciones internas de sus respectivos partidos. Se supone que estos comités en sus respectivos partidos optan por elegir líderes que respondan a ciertas características norteamericanas.

Es justamente en éste punto que la elección que todos podremos observar tiene por primera vez a un candidato que es un “magnate” de los negocios, exageradamente popular debido a programas de televisión donde ha participado. Una rara especie de Frankenstein de los medios dueño de la franquicia del Miss Universo y que probablemente muy en el fondo refleja el accionar del ciudadano norteamericano promedio. Por otra parte, tenemos a una ex Secretaria de Estado que tiene más de 30 años en el ámbito político y esposa del Presidente Bill Clinton.

Ambos candidatos luchan por el voto popular, pero, quienes toman la decisión de quien asumirá el cargo de la presidencia son el Colegio Electoral (Electoral College). En éste artículo explicaremos como funciona y cuál será su tarea para la elección del presidente de los Estados Unidos de América.

El Colegio Electoral se encuentra conformado por un grupo de personas designadas por cada Estado y tienen la potestad de elegir al presidente y vicepresidente de los Estado Unidos.

La constitución norteamericana en sus artículo dos, primera sección, clausula segunda especifica cuantos electores tiene derecho a tener cada Estado que conforma la Unión. Desde 1964, las elecciones presidenciales han tenido 538 electores. El número de electores es igual al total de miembros del Congreso de los Estados Unidos que se encuentra conformado por: 435 representantes (Cámara de Representantes), 100 senadores y 3 electores del Distrito de Columbia.

Tanto Hillary Clinton como Donald Trump intentan ganar a los electores de cada Estado para de esa forma superar la barrera de los 270 votos electorales o algo más de la mitad de los 538 votos y de esa forma ganar la presidencia.

Cada Estado que conforma la Unión recibe un número de electores que tiene como base el tamaño de su población. Los censos que se llevan a cabo cada diez años modifican el escenario de los electores en cada Estado debido a la explosión demográfica. Por ejemplo, California cuenta con 55 votos electorales. Debido a que es un sistema electoral de mayoría simple, el candidato que gane el Estado por un voto se queda con los 55 electores. Es por esta razón que los candidatos desean ganar en los Estados con mayor cantidad de electores como ser: New York (29), Texas (38) y Florida (29). Sumando los electores de estos Estados el candidato obtendría 96 votos electores.  Si ganan en Estados como: Dakota del Norte, Dakota del Sur, Wyoming, Montana, Vermont, New Hampshire, Connecticut y Virginia Occidental solamente sumarian 31 votos electorales.

Cada voto cuenta, no importa si es un Estado con numerosos o pocos electores. Todos los votos son necesarios para llegar a los 270 votos electorales. El momento que nos encontremos delante de nuestras pantallas de computadora o televisión debemos tener ese número presente. Porque el candidato que los alcance será el próximo presidente de los Estado Unidos de América en una de las elecciones más reñidas del siglo XXI.




[*] Politólogo