Jorge Roberto Marquez Meruvia[*]
Para gran parte de los latinoamericanos la muerte de
Fidel Castro representa la romántica muerte del héroe que luchó todos los días
de su existencia contra el imperio del mal. Obviamente, debemos mencionar que
esa imagen del “mártir del pueblo” es obra de la propaganda gubernamental del régimen
autoritario cubano. En más de 57 años en el poder jamás dio paso a elecciones
libres y no existió ningún medio de comunicación independiente.
El dictador de la isla acuño junto con sus más fanáticos
seguidores el término “castrismo”. Tal término no es posible identificar un
conjunto de proposiciones ideológicas y teóricas que tengan la capacidad de
constituir un cuerpo orgánico que pueda referir específicamente a Fidel Castro.
Los aspectos más relevantes de la personalidad y de la obra del dictador cubano
no deben buscarse, como es sabido, en su “doctrina” y producción teórica, que
es escasa.
Desde el punto de vista de la teoría
marxista-leninista y revolucionaria, lo que caracteriza el pensamiento del
dictador Castro es su evolución progresiva y constante desde las primeras
posiciones democrático-radicales hasta un marxismo-leninismo cuyas
peculiaridades continúan, por lo menos hasta la vuelta de los primeros años
setenta: pragmatismo, empírica y eclecticismo (tanto que se han identificado,
de vez en cuando, elementos de populismo, caudillismo, jacobinismo, etcétera).
Según Debray el castrismo es “una acción
revolucionaria empírica y consecuente que se encontró con el marxismo durante
su camino”, en otras palabras, el castrismo es la base del socialismo cubano.
Socialismo que por cierto tiene aún la gran capacidad de repartir la pobreza y
miseria a todos sus habitantes por igual, con algunas excepciones como ser: los
altos cargos del Partido Comunista de Cuba, los cuales al igual que el finado
dictador gozan de lujos que la gran parte de la población sueña y arriesga la
vida huyendo en balsas hacia el malvado imperio por un poco de comodidades y un
gran sueño de libertad.
Es conveniente, recordar que la revolución cubana se
consolida precisamente en los años en que entran en crisis profunda la
concepción del estado-guía y
las relaciones tradicionales entre los partidos comunistas (la ruptura
definitiva entre China y la Unión Soviética, por ejemplo, corresponde a 1963)
y, hablando más en general, dentro de la propia izquierda.
El socialismo en Cuba apunta, por lo menos en la
primera fase, la propiamente castrista, al desarrollo de la agricultura más
bien que al de la industria, como sucedió en cambio tanto en Rusia como en
China, y en los demás países socialistas industrialmente atrasados. Esta
elección resulta tanto más novedosa respecto de los modelos pasados, sobre todo
si se toma en cuenta que la dominación colonial e imperialista había obligado
de una manera rígida a la isla a una economía agrícola de monocultivo (caña de
azúcar); precisamente por esto, el primer objetivo debió haber sido, con mayor
razón, la autosuficiencia económica, cuyo presupuesto era precisamente la
industrialización.
El castrismo como modelo fue un fracaso rotundo.
Fracaso que el mismo dictador aceptará en un largo y delirante discurso. Es
sabido que después de proclamar su fracaso su corte revolucionaria saliera a
los medios estatales e internacionales explicando que jamás dijo eso y que al
dictador se lo malinterpreta; por otra parte, si algo positivo salió del
castrismo fue Little Havana en Miami, donde miles y miles de exiliados de su
nefasto régimen sueñan con ver a Cuba libre.
La pequeña Habana es el más claro ejemplo que la
libertad jamás se da por vencida y que ni el miedo, ni el terror frenan esa
lucha del ser humano por ser libre frente a la tiranía.
El sueño del dictador era ser absuelto por la historia;
sin embargo, sus crímenes, su crueldad, sus ansias de poder, su amor por el
protagonismo y los aplausos de su oprimido pueblo son un recuerdo permanente de
que él jamás será absuelto.