Jorge Roberto Márquez Meruvia[*]
Algo que parece
debemos agradecer los bolivianos al Movimiento Nacionalista Revolucionario y la
desastrosa revolución de abril de 1952 es nuestro amor irracional hacia el
estatismo. En la actualidad, esa emoción incontrolable al Estado sigue trayéndonos
más problemas que beneficios. Hoy, toda la clase política boliviana, ya sea el
oficialismo, o la oposición, siguen con devoción y sin ningún tipo de crítica
la idea de que el Estado es el pilar fundamental del desarrollo y que los
individuos no tienen la capacidad innovar sin su control y ayuda.
Incahuasi es el más
claro ejemplo de como el estatismo es capaz de destruir el desarrollo y crear
una rencilla entre dos departamentos: Chuquisaca y Santa Cruz. Ya en la
revolución de la década de los 50’s del siglo XX adquirimos la costumbre de
vivir de la renta que nos da el Estado por la materias primas, hábito que
seguimos conservando. El campo de Incahuasi no es otra cosa que la práctica de
una de nuestras costumbres. Es inaudito que en pleno siglo XXI los
representantes de estos dos departamentos entren en peleas y medidas de presión
por la renta petrolera, bajo la excusa de que necesitan del dinero para
desarrollar su respectiva región. Tal argumento carece de sentido, ya que un
porcentaje superior al 70% de la renta petrolera va al gasto corriente y
aumento de la burocracia del gobierno regional.
La clase política
boliviana parece olvidar que el Estado es ineficiente y olvidan de manera generosa
que son los individuos los cuales son los que desarrollan el lugar donde viven.
Tanto Santa Cruz como Chuquisaca en caso de que fueran realmente autónomos,
tendrían la capacidad de dar incentivos impositivos, los cuales serían
impuestos bajos para que los individuos vayan a invertir a las regiones
correspondientes y así crear empleo formal y mejorar la calidad de vida de sus
habitantes. Desgraciadamente, no es así y el discurso de parlamentarios,
autoridades regionales y gran parte de la población es clamar por la renta
petrolera pensando ingenuamente que de esa manera el gobierno regional llevará
el desarrollo y progreso que tanto añoran y necesitan. Los representantes
políticos no tienen la capacidad de pensar que los bolivianos vivimos en un
infierno fiscal, que el Estado sufre de gigantismo y que todas las acciones que
toma el gobierno central, las gobernaciones y los municipios no son
inversiones, sino, gasto público. Parecen desconocer que las instituciones
estatales no generan ganancias, que simplemente gastan dinero que les llega de
los impuestos de los ciudadanos, las empresas y de la explotación de los
hidrocarburos.
Nuestros
representantes políticos de cualquier nivel del Estado parecen desconocer que
el comercio informal es parte de la política estatista la cual pone muchas
trabas para la creación del empleo formal y no así como repiten sin ningún tipo
de razonamiento, que es un problema de educación.
Incahuasi es la más
clara muestra de que nos gusta fomentar nuestra pobreza, quitarle a los individuos
la capacidad creadora y enseñarnos a todos a que el Estado en un acto
benevolente nos de unos cuantos pesos para sentirnos mejor y protegidos.
Bolivia con estas actitudes se encuentra una vez más postergada, y lo único que
nos dice que somos ricos es la propaganda gubernamental.
Nuevamente, estamos
recorriendo el camino para que Bolivia una vez más se nos muera. O cambiamos de
paradigma y tomamos cada uno de nosotros nuestro destino, o vamos a paso
certero hacia el desastre.
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