Jorge Roberto Marquez Meruvia*
Byung-Chul Han, en una columna que publica en “El
País” menciona que los países asiáticos donde se controla el COVID-19 se deben
a raíces culturales autoritarias, debido al confucionisno (colectivismo). A
diferencia de Europa, donde la disciplina parece no ser su fuerte y confunden
las libertades con el libertinaje. Corea del Sur por ejemplo, ha roto con la
privacidad de su población con tal de controlar el brote del coronavirus y es
una sociedad altamente vigilada, al igual que Japón, China, Singapur, u Hong
Kong. La disciplinan en estos países es parte de las herencias culturales que
conllevan, hacen que todos sus ciudadanos acaten sin la más mínima duda las
acciones tomadas por las autoridades gubernamentales. A lo anteriormente
mencionado, debemos agregar el papel fundamental que juega la tecnología y el
big data, al ser sociedades interconectadas el rastreo de los enfermos y
posibles contagios es fácil de controlar. No corren tal suerte los Estados
autoritarios de América Latina, los cuales no cuentan con los recursos de Japón
o China.
Independientemente de lo planteado, siempre es bueno
tratar de ver el escenario con otros ojos. Para tal efecto, debemos referirnos
a la novela “La Peste” de Albert Camus. En un pueblo llamado Orán surge una enfermedad
pandémica letal, la peste. Es una ciudad que se encuentra aislada del mundo y
el único medio para informarse que tienen sus ciudadanos es la radio que
continuamente va dando información de los nuevos infectados por la peste. “Ya
no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos
compartidos por todo el mundo. El más importante era la separación y el exilio,
con lo que eso significaba de miedo y de rebeldía”. La solución según el autor
es la solidaridad y una de sus máximas al respecto fue: “Hay en los hombres
cosas más dignas de admiración que de desprecio”. La normalidad es un orden ilusorio
y debemos adecuarnos y adaptarnos a las nuevas normalidades. Esto nos obliga a
entender la solidaridad como la responsabilidad individual que tenemos con los
otros y en las condiciones de nuestro país es de ésta solidaridad que
necesitamos, ser conscientes de que nuestros actos tienen consecuencias, no
solamente con nosotros, sino también, con nuestros seres queridos y allegados.
En el país ya se va hablando de la posibilidad de
entrar en un Estado de excepción. Según nuestra constitución, el Estado de excepción
en una atribución del Órgano Ejecutivo y podrá ser declarado por la presidente,
pero tal medida depende de la aprobación de la Asamblea Legislativa
Plurinacional. Así, lo dictan los artículos 137 y 138 de la CPE. Llegar al escenario
del Estado de excepción debe ser coordinado
por todos los Órganos que componen el Estado. Esa coordinación se llama,
gobierno en acción ante una pandemia. Es deber del gobierno cuidar la vida de
todos y en política, los símbolos a utilizarse en momentos de crisis son
importantes. Los cuatro Órganos del Estado deben trabar en conjunto para tomar
esta decisión y todos sus componentes deben estar conscientes de las consecuencias
de sus actos.
Más
allá del infantilismo político que es una costumbre casi arraigada y que los
gobernantes tienen la costumbre de mostrarnos la realidad que desean que
creamos por medio de la propaganda, ya no estamos en circunstancias de darnos
ésos lujos. Estamos en un momento de crisis, donde incluso las campañas pasan a
un segundo plano. La realidad que vivimos, ha dejado de lado los colores,
tendencias e ideologías políticas, ya no necesitamos del maniqueísmo político,
sino de hombres de Estado.
Los
hombres de Estado son aquellos que saben y también acataran los sacrificios que
piden a la población para pasar la propagación del COVID-19. Es momento del
sacrificio, pero no en el martirio, el dolor, o el sufrimiento, sino, en el de
la persistencia. La vida de todos se encuentra en riesgo y es deber de cada uno
de nosotros protegernos. Ojalá, los políticos entiendan esto y tomen las
directrices correspondientes por el bien del país.
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