Jorge Roberto Marquez Meruvia[1]
La manera más conveniente de llegar a definir una
fisura sería la siguiente:
“Ir más allá de lo
cotidiano.
Restarle crédito a la mezquindad de lo habitual.
Y también abordar, desde una perspectiva
generosa, los temas convencionales.”
Restarle crédito a la mezquindad de lo habitual.
Y también abordar, desde una perspectiva
generosa, los temas convencionales.”
Una fisura es una excusa perfecta para caerse del
tiempo y romper con los hábitos cotidianos, dejar de lado la mezquindad y la
ordinariez en las cuales nos desenvolvemos día a día. Salir por un momento de
ese macabro escenario que nos rodea. Tal ejercicio, tiene la pretensión de
hacer de los pequeños instantes eternos. Llegar a caer del tiempo es un
ejercicio que en parte tiene unos tintes de anarquía, es el evidenciar que por
momentos dominamos el inescrupuloso tiempo. En parte mi interlocutor demostró
que “llevaba una buena vida”, era ético el convertir en actos lo que pregonaba.
Había modificado la hora de las comidas, un ser singular, que en una especie de
ritual acababa su día con la cena; los almuerzos, habían pasado a ser proscritos,
en cierta forma la comida del medio día fue condenada al ostracismo.
La reunión había sido planificada hace ya un par de
meses; sin embargo, el café que se planifico iba llevarse a cabo en los andes
quedo postergado. Tuve que llegar a los llanos para poder encontrarnos. Empero,
antes de comenzar la travesía hacia el oriente, él tuvo la gentileza de hacerme
llegar por intermedio de un amigo común “Sócrates y los tigres azules”. Al principio,
el libro debía de ser enviado por correo regular pero, él no
pudo superar el terror kafkiano de enviarlo por las vías de la burocracia de
uso. Una vez reunidos descubrimos gratamente que al parecer, en una esquina
borroneada de alguno de los manuscritos (de un apócrifo informe de Brodie), hay
una referencia a la batalla de Maldon, con la idea de que salvando a un poeta,
se pueden tener noticias de dos caídos del tiempo, los cuales tenían como
encuentro el río Blackwater. Una historia similar es descrita en la Crónica
de Peterborough.
Al caer del tiempo sentimos
la amenaza de la inmortalidad y nos dimos cuenta que para existir, necesitamos
simplemente un poco de carne asada con sal. También, volvimos a hacer la misma
revelación acompañada con la sorpresa del descubrimiento: “Que la
historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la
historia copie a la literatura es inconcebible…”,
entonces empezamos a hablar sobre los símbolos que nos rodean y que de manera
cruel y atolondrada marcan la existencia de la masa. Casi como en un sueño del
cual no se puede despertar y al encontrarnos adormecidos comenzamos a ver
estructuras que tenían un glorioso pasado. El ayer como si tuviera la cualidad
de atormentarnos nos muestra nuestro derruido presente. La “casa de la
democracia” nos recordó al guardián incómodo del presente de nuestra democracia.
Las ruinas eternas que no caerán para martirizarnos en silencio cada vez que la
contemplamos. Es posible que el Alpeh se encuentre entre las ruinas, pero,
nuestro miedo nos mantiene afuera, ya que no tenemos la valentía de vernos desde
todos los puntos del universo.
Nos
dimos cuenta que tanto en el ámbito tribal (nacional) y trivial (regional) “la
filosofía provoca. La Política, decreta…” y tal como dictamino Luis XIV “no hay
nada nuevo bajo el sol”. El escepticismo que compartimos no deja que tomemos
partido por las “novedades” que se van repitiendo en el tiempo. Al momento de
irme no nos dijimos adiós, sabiendo que pronto nos iríamos a encontrar y con
la firme esperanza que esta vez nos acompañara un instigador a la rebeldía.
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