miércoles, 20 de julio de 2016

Una Fisura




Jorge Roberto Marquez Meruvia[1]

La manera más conveniente de llegar a definir una fisura sería la siguiente:

“Ir más allá de lo cotidiano.
Restarle crédito a la mezquindad de lo habitual.
Y también abordar, desde una perspectiva
generosa, los temas convencionales.”

Una fisura es una excusa perfecta para caerse del tiempo y romper con los hábitos cotidianos, dejar de lado la mezquindad y la ordinariez en las cuales nos desenvolvemos día a día. Salir por un momento de ese macabro escenario que nos rodea. Tal ejercicio, tiene la pretensión de hacer de los pequeños instantes eternos. Llegar a caer del tiempo es un ejercicio que en parte tiene unos tintes de anarquía, es el evidenciar que por momentos dominamos el inescrupuloso tiempo. En parte mi interlocutor demostró que “llevaba una buena vida”, era ético el convertir en actos lo que pregonaba. Había modificado la hora de las comidas, un ser singular, que en una especie de ritual acababa su día con la cena; los almuerzos, habían pasado a ser proscritos, en cierta forma la comida del medio día fue condenada al ostracismo.

La reunión había sido planificada hace ya un par de meses; sin embargo, el café que se planifico iba llevarse a cabo en los andes quedo postergado. Tuve que llegar a los llanos para poder encontrarnos. Empero, antes de comenzar la travesía hacia el oriente, él tuvo la gentileza de hacerme llegar por intermedio de un amigo común “Sócrates y los tigres azules”. Al principio, el libro debía de ser enviado por correo regular pero, él no pudo superar el terror kafkiano de enviarlo por las vías de la burocracia de uso. Una vez reunidos descubrimos gratamente que al parecer, en una esquina borroneada de alguno de los manuscritos (de un apócrifo informe de Brodie), hay una referencia a la batalla de Maldon, con la idea de que salvando a un poeta, se pueden tener noticias de dos caídos del tiempo, los cuales tenían como encuentro el río Blackwater. Una historia similar es descrita en la Crónica de Peterborough.

        Al caer del tiempo sentimos la amenaza de la inmortalidad y nos dimos cuenta que para existir, necesitamos simplemente un poco de carne asada con sal. También, volvimos a hacer la misma revelación acompañada con la sorpresa del descubrimiento: “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible…”, entonces empezamos a hablar sobre los símbolos que nos rodean y que de manera cruel y atolondrada marcan la existencia de la masa. Casi como en un sueño del cual no se puede despertar y al encontrarnos adormecidos comenzamos a ver estructuras que tenían un glorioso pasado. El ayer como si tuviera la cualidad de atormentarnos nos muestra nuestro derruido presente. La “casa de la democracia” nos recordó al guardián incómodo del presente de nuestra democracia. Las ruinas eternas que no caerán para martirizarnos en silencio cada vez que la contemplamos. Es posible que el Alpeh se encuentre entre las ruinas, pero, nuestro miedo nos mantiene afuera, ya que no tenemos la valentía de vernos desde todos los puntos del universo.


Nos dimos cuenta que tanto en el ámbito tribal (nacional) y trivial (regional) “la filosofía provoca. La Política, decreta…” y tal como dictamino Luis XIV “no hay nada nuevo bajo el sol”. El escepticismo que compartimos no deja que tomemos partido por las “novedades” que se van repitiendo en el tiempo. Al momento de irme no nos dijimos adiós, sabiendo que pronto nos iríamos a encontrar y con la firme esperanza que esta vez nos acompañara un instigador a la rebeldía.    



[1] Politólogo 

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