Jorge Roberto Marquez Meruvia*
El 13 de junio de 1522 fallecía Pier Soderini, quien
fuera “gonfalioniere a vita” de
Florencia. Nicolás Maquiavelo fue su Segundo Canciller de la República y le
ofrendo unos versos:
«La noche que murió Pier Soderini,
el alma fue a la boca del infierno;
grito Plutón: “¿qué infierno?, ánima tonta,
ve arriba al Limbo con los otros niños”»
el alma fue a la boca del infierno;
grito Plutón: “¿qué infierno?, ánima tonta,
ve arriba al Limbo con los otros niños”»
Fue así como Maquiavelo le reprochaba a Soderini su
extrema inocencia, su incapacidad de realizar el daño que hubiese sido
necesario hacer para salvar la República de Florencia. Según su Segundo
Canciller, Pier Soderini “creía superar con su paciencia y bondad aquel apetito
que tenían los hijos de Bruto [los partidarios de los Médicis] por volver a
vivir bajo otro gobierno, y se equivocó. Y aunque aquél, por su prudencia,
conociese esta necesidad, y aunque la suerte y la ambición de quienes se le
oponían le diese ocasión de eliminarlos, sin embargo nunca se decidió a
hacerlo. Porque, además de creer que con la paciencia y con la bondad podía
extinguir los malos humores, y que premiando a alguien eliminaría su enemistad,
consideraba (y muchas veces lo sostuvo entre sus amigos) que para chocar
gallardamente contra las oposiciones y batir a sus adversarios habría debido asumir
una extraordinaria autoridad y romper con las leyes de la cívica igualdad […].
Pero le engaño la primera opinión, al desconocer que la maldad no es vencida
por el tiempo ni la aplaca obsequio alguno”. Su accionar, por no haber querido
tomar medidas extraordinarias contra los enemigos de la República, fue
catastrófica y Soderini perdió “junto con su patria, su jerarquía y su
reputación”. La República de Florencia había caído.
Un escenario similar al descrito por Maquiavelo paso
en Bolivia, pero el actor del momento entendió lo que hubiera recomendado
nuestro pensador florentino: el de realizar el daño necesario para salvar la
República. El 29 de agosto de 1985 a las seis de la tarde, el presidente Víctor
Paz Estenssoro le decía al país tras promulgar el D.S. 21060: “O tenemos el
valor moral, con su secuela de sacrificios, o sencillamente, con gran dolor
para todos, Bolivia se nos muere”. La crisis económica dejada por la
administración Siles Zuazo necesitaba de una rápida respuesta gubernamental y
esta no podía ser de carácter cosmético, ni del gusto de las mayorías
populares. Era un momento crítico que necesitaba de medidas extraordinarias.
¿Estamos cerca de un momento crítico? La respuesta,
indudablemente es sí. Tras el acto electoral realizado el 20 de octubre y el
fraude en proceso a cargo del Tribunal Supremo Electoral, los bolivianos
estamos en un momento crítico y extraordinario de nuestra historia. ¿Cómo
llegamos hasta aquí? Por el exceso de inocencia, paciencia y bondad, al pensar
que el Movimiento Al Socialismo al igual que gran parte de los bolivianos tiene
vocación democrática. Fuimos muy ingenuos al pensar que Morales Ayma iba a irse
del poder por mandato de las urnas. No fue capaz de respetar el referéndum del
21 de febrero de 2016, ni la constitución que junto con su partido crearon y
que el Congreso de aquel tiempo le dio luz verde con candidez.
Es momento del sacrificio, pero no en el martirio, el
dolor, o el sufrimiento, sino, en el de la persistencia. El tomar las calles va
más allá de pedir que los resultados de la elección sean transparentes y que
vayamos a una segunda vuelta. Salimos a las calles a defender la libertad de
cada uno de nosotros, libertad que desde la llegada del MAS es restringida poco
a poco con todos los recursos del Estado. Nos han silenciado a base del miedo,
de la coacción y han tenido la capacidad de hacernos creer que el quehacer
político es de lo más deplorable, con esto último fueron capaces de desaparecer
a los opositores del escenario político.
Luchemos por la libertad, sin olvidar que “la maldad
no es vencida por el tiempo”.
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