Jorge Roberto Marquez Meruvia[*]
Imaginemos que vivimos en la época de la razón y del
conocimiento. Esa alarma que conocemos como feminismo se disfraza de igualdad y
de derechos que hay que conseguir a toda costa. Sin embargo, no representa
ningún tipo de reivindicación de género, simplemente es propaganda.
Todos aquellos que no siguen los parámetros de moda,
terminan convertidos en enemigos del movimiento, el cual por cierto cree tener
la verdad absoluta e indiscutible sobre el tema en cuestión. Su respuesta es la
descalificación: “¿qué sabes tú?”, “¿y a quién le
importa tu opinión?”, “¿y qué hiciste tú?”, etc. Se viene una nueva época
oscura y tal como mencionaría Manuel Vicent cada vez más cerca de cada uno de
nosotros se encuentra la peste. “La
bacteria de la peste llegó en medio de la ignorancia y del fanatismo, caldos de
cultivo que todavía perviven. La ropa de los apestados la echaban al fuego y
poco después la sustituyeron en la hoguera los herejes y científicos; aquellos
vómitos negros no fueron distintos de los ladridos de Hitler y de otros
políticos desde las tribunas, pero hoy las pulgas de la peste negra se han
refugiado en las costuras de la Red, cuyos enlaces expanden una imbecilidad
planetaria con fiebre y delirios en la mayoría de los usuarios, que no cesan de
llenar de vómitos todo el espacio. Nuevas ratas siguen llegando por la nueva
ruta de la seda.”
El
feminismo se ha convertido en una postura personalista, es decir, que ha dejado
de ser un lente ideológico para comprender la realidad y ha pasado a
convertirse en una válvula de escape de las frustraciones personales
disfrazadas de reivindicaciones sociales. Las cuales bajo el calificativo de
justas toman las calles y la indignación comienza a correr al igual que la
peste por la sociedad. No debemos olvidar que estos románticos movimientos
desde sus cimientos proclaman la revolución y que su lucha es una sociedad utópica
que debe de imponerse cueste lo que cueste. Hay que terminar a toda costa con
el macho opresor.
Los
males que ahora nos tocan no son novedosos. Empero, etiquetamos a los crueles y
malvados más allá de nosotros. Ahora que vemos una Malala argentina, una Malala
boliviana, una Malala peruana, una Malala brasilera, etc. Vemos que están igual
o peor que en Pakistán. De repente las mujeres latinoamericanas que empeñaron
esfuerzos para destruir el mito de que la violencia contra la mujer se
encontraba en otras culturas que profesaban una fe diferente. Sorpresa, hay
maltratos en cualquier parte del mundo y América Latina no es la excepción.
Las marchas que tomaron las ciudades latinoamericanas
bajo la leyenda de “Ni una menos”, tristemente, pierden su significado. En el
caso boliviano cierto grupo feminista casi sectario no acepta ningún tipo de
competencia, ellas son las únicas que conocen del tema y atacan con todo lo que
pueden a quienes quieren trabajar en sobre el mismo. Tomar las calles carece
cada vez más de sentido, se van convirtiendo en una terapia de grupo que
expresa sus miedos y frustraciones cada vez que en las noticias pasa un suceso “grave”
de violencia de género.
El tema de la violencia no va a cambiar si no es
tratado de manera integral, donde todos los ciudadanos participemos para
realizar esos cambios. Los pequeños grupos que tratan de adueñarse del
movimiento lo único que hacen es ser un aparato de propaganda sin sentido que
saldrá a las calles creando nuevas ilusiones en todos nosotros, pero, a largo
plazo la realidad seguirá siendo la misma.
Los dogmas traen consigo a los fundamentalismos. Los
fundamentalistas en el mundo globalizado son los dueños de la verdad, donde el
dialogo y el debate quedan proscritos. Estas con ellos o estas en contra de
ellos. El oscurantismo ha regresado y su primer gran paso en el siglo XXI viene
con las banderas del feminismo.
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