jueves, 20 de agosto de 2015

¿Cuántas más hacen falta para qué cambiemos?



Jorge Roberto Marquez Meruvia[1]

          ¿Recuerdan a Sophia Calvo Aponte?, posiblemente la respuesta sea no. Seguramente los familiares sean los que la recuerden y la mantengan viva en la memoria. Fue Sophia quien en agosto de 2014 reunió a aproximadamente 4000 personas en el atrio de la catedral de la basílica de San Lorenzo exigiendo por la paz. Sophia Calvo Aponte es una víctima más de la violencia y del feminicidio en Bolivia. Su perdida convoco en Santa Cruz de la Sierra un gran despliegue por parte de la sociedad civil y de los medios de comunicación, a los pocos meses quedo en el olvido, junto con otras muchas mujeres que pasan por este vía crucis. Para los medios de comunicación muchas de estas mujeres dejan de ser personas y quedan convertidas en simple estadística en las unidades policiales de lucha contra la violencia, parafraseando a Galeano: “mujeres que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local”.

Desgraciadamente, es ahora Andrea Aramayo Álvarez una víctima más de una sociedad que no quiere y no le da la gana de cuestionarse, un dato más de una mujer a la cual le quitaron la vida. La Paz es la ciudad que ahora se viste de luto e indignación. Andrea, Shopia y quizá una larga lista de mujeres que un día unos “machos” acabaron con sus sueños, sin pensar en la consecuencia de sus actos y probablemente muchos de estos varones gocen de impunidad dentro del sistema judicial boliviano: lento y que puede ser comprado por el mejor postor. Los agresores, los asesinos, aquellos que siguen sueltos y que no se inmutan por sus actos, ahora están por las calles como si nada pasara. El caso de Andrea, nos muestra que no importa el estrato social del agresor y nos da luces de las decadentes élites sociales y su comportamiento.

William Kushner Dávalos, quien se supone que es miembro de una muy buena familia paceña, de una cómoda posición económica es autor de la brutalidad de cegar la vida de Andrea. Probablemente su accionar sorprendió a gran parte de la población ya que él es parte de las pocas familias de élite de la sociedad boliviana; sin embargo ya en 1930 Carlos Medinaceli sostuvo que los que se definen como la clase alta boliviana son “desaristocratizada”, presentada únicamente “la cholería del amor al lujo, a las comodidades, a la vanidad de aldea”[2]. También H. C. F. Mansilla menciona: “…nuestras élites, cuyos miembros representan a menudo palurdos enriquecidos súbitamente, vanidosos sin refinamiento, torpes sin clemencia, seres a los cuales literalmente el humo se les subió a la cabeza para no bajar nunca más. Hay que ver el desprecio con que tratan a sus subordinados (son temidos por sus secretarias y el personal de servicio) y cómo se humillan ante los que son más poderosos que ellos.”[3]

Nuestra sociedad se encuentra en un punto crucial: cambiar y dejar de lado nuestras perniciosas costumbres, o hacer de Andrea una víctima más y un dato estadístico de feminicidio.



[1] Politólogo
[2] Carlos Medinaceli, Carta a José Enrique Viaña, La Paz, 10 de diciembre de 1930
[3][3] H. C. F. Mansilla, El carácter conservador de la nación boliviana, Editorial El País, 2da. Edición, 2010