viernes, 13 de mayo de 2016

Más allá del remordimiento




Jorge Roberto Marquez Meruvia[1]

Así como el desconsuelo no necesita de compañía, un día fue cautivado por la voz de Etta James. Comprender su soledad era un hecho difícil de explicar, es más, él no tenía la capacidad de explicar el por qué en su extraña fascinación con “I’d go blind”. Un antiguo tocadiscos daba vida a un clásico de la nostalgia. Él ya no se encontraba solo, lo acompañaba la melancolía de una voz que explicaba al amor de su vida que hasta un ciego tiene la capacidad de ver lo que siente por alguien que no le da ni la hora. Los misterios de la vida cuando la media noche nos da la oportunidad de ver con claridad en compañía de una copa de vino y un cigarrillo. Entre todos sus leales en momentos de ensimismarse, siempre y con un aire de importante el vino jugaba un papel clave. Recordaba aquella vez que en una noche de locura, en la cual ingenuamente se dejo llevar por las amistades populares, conoció a una simpática muchacha. El único recuerdo positivo que tenía de ella era que su familia era propietaria de un viñedo, el resto, resulto ser un detalle insignificante. No podía soportarla, era algo plástica, y por más linda que era, él prefería el orgullo de encerrarse con melodías.


          Haciendo memoria recordaba que Cortázar le enseño a redactar unas “Cartas a mamá”. Posiblemente, fue el hecho más traumático de todos. Los sentimientos suelen jugar con nosotros mismos a flor de piel y esas cartas desgarraron todos los que aún recordaba y sentía. Ejercicio que casi fue de uso cotidiano para según él purificarse. Extraño ritual incomprensible el de poner los sentimientos, los más altos y sublimes; hasta los más bajos y grotescos. Capaz, tan extraño ejercicio le hacía pensar que tenía la misma capacidad de dios, de ser el todo universal. Semejante sueño pretencioso era borrado de un plumazo por Spinoza quién de vez en cuando solía visitarlo para recordarle que los seres humanos simplemente somos sueños o atributos de dios.

          Momentos de locura también existían cuando un día se sintió redimido gracias a Lazarus Morell y al sentir un gusto inexplicable fue en busca de Uqbar. Como digno animal de ciudad, amante de la jungla de cemento fue en busca de registros cartográficos. Al igual que otros investigadores sobre ese perdido reino lo tomo por sorpresa que se hayan prohibido los espejos y al igual que muchos dejo la búsqueda. Documentos apócrifos databan su existencia y encontrarlos era realmente desgastante. Las noches jamás terminaban, los datos sobre Uqbar eran cada vez más generales y ningún dato daba alguna señal de que algún día el mapa nos de su latitud y longitud exacta. Levanto las manos, era una aventura imposible y fue Nietzsche quién le dio la razón para abandonar tal hazaña. Comenzó a evocar el momento en que unos seres muy inteligentes crearon a un ser todo poderoso y con el tiempo olvidaron que ese ser era una invención suya. Algo parecido pensó que pasaba con Uqbar, que un grupo de mal entretenidos un día decidieron jugarle una broma a los incautos del futuro y que la creación de la “The Anglo-American Cyclopedia” que databa de 1917 era un invento vulgar para que las generaciones futuras perdieran valioso tiempo; al mismo tiempo, la risa lo invadía ya que los creadores de tal broma no esperaban el crack de 1929 y seguramente al no haberse enlistado en el ejército para la Primera Guerra Mundial el exceso de tiempo libre y como una forma de combatir la locura crearon la enciclopedia. Es probable que toda su bonanza que alguna vez hubieran poseído haya desaparecido con el fatídico jueves negro de octubre. También, es probable que se hayan enlistado en la reserva al momento que Europa era azotada por el fascismo. El fantasma que recorría Europa tomo el poder en Rusia en 1917, los zares llegaron a su final y cuando todos pensaban entre la eterna lucha de los burgueses y los proletarios los alemanes e italianos con nacionalismos exacerbados tiñeron de rojo escarlata el viejo continente. Los enemigos irreconciliables tuvieron que pactar para acabar con tan cruel amenaza para después dividir a la humanidad con un muro desde 1961.

          Nada de eso le importaba, lo único que creía que era altamente importante era ser feliz. Él recordaba que alguna vez había leído “El Remordimiento”:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he
sido feliz. Que los glaciares y el olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

          Su felicidad era la música, su tocadiscos, sus vinilos. En pleno Siglo XXI, él pensaba que el arte iba muriendo. Solía reírse en los minibuses, lo que estaba de moda para él tenía la categoría de atroz. Su país, uno pequeño y mediterráneo le interesaba muy poco, pensaba que de las pocas cosas que pasaban en ese extraño territorio de diversos pisos ecológicos eran los años. Su país era como “Blue in Green” de Miles Davis, todos sabían que había comenzado en 1825, pero, nadie podría saber dónde terminaría y eso era posiblemente algo que lo mantenía con vida en una sociedad chabacana e informal, el no saber cuándo llegaría su fin. 

  

[1] Politólogo, columnista de opinión de El Diario, Los Tiempos y El Día

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